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Vida de Unión con Dios en Cristo

La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, asigna a cada uno de sus miembros un lugar y una misión que cumplir. En la gran obra de glorificar al Padre y acercar a los hombres a Él, algunos desempeñan tareas apostólicas activas, a otros les toca permanecer ocultos, entregando la vida para dar vida. Si pensamos en un árbol, a la vida contemplativa tenemos que situarla debajo de la tierra, en la raíz. Si hablamos de un cuerpo: escondemos la vida contemplativa en el corazón palpitante de la Iglesia.

La Orden de la Visitación fue fundada por San Francisco de Sales y Santa Juana Francisca de Chantal bajo la inspiración del Espiritu Santo, “ para dar a Dios hijas de oración tan interiores que sean encontradas dignas de adorarle en espíritu y en verdad” (San Francisco de Sales - Costituciones de la Orden). “Si las Hermanas de nuestra Congregación son muy humildes y fieles a Dios, tendrán el Corazón de Jesús, su Esposo crucificado por morada y asilo en este mundo.” (Santa Juana Francisca de Chantal)

Somos contemplativas que, por nuestra unión con Dios y nuestra forma de vida comunitaria, buscamos en el interior del claustro desarrollar en nosotras y entre nosotras el lazo de la caridad… Nada debe separarnos de Jesús que nos ha unido, ni de esta unión que puede mantenernos unidas a El…El mismo es nuestra única alma y corazón.

Con nuestra entrega ofrecemos un sacrifico de alabanza a Dios, participando de la evangelización del mundo por una secreta fecundidad apostólica, dando testimonio humilde y sincero de que “DIOS ES AMOR”. (Constituciones de la Orden)


El Espíritu de nuestra orden es:

Un espíritu que no busca sino a Dios independiente de todo excepto de su Voluntad…¡libertad! Un espíritu de profunda humildad para con Dios y gran dulzura para con el prójimo. Un espíritu que no pone el acento en las austeridades exteriores: que debemos suplir con el renunciamiento interior, una gran sencillez y alegría en la vida común.

“La Orden honra a la Virgen en el Misterio de la Visitación: como visitandinas participamos de la gratuidad de la respuesta de María, de su admiración, de su alabanza y de su celo por la salvación del mundo”. (Constituciones de la Orden)


¡Cristo ha resucitado! Este es el hecho que debe mantenerse vivo a cada instante y dominar, por así decirlo, todo nuestro día. Su Presencia viva es el factor decisivo para poder vivir aquí.

EL ESTÁ! Y sin Él, no hay nada aquí. Su Presencia hace nuevas todas las cosas y transforma todo en un mundo nuevo. El está y acontece en nuestra vida minuto a minuto. Esta verdad de fe, la Presencia viva de Cristo, es el telón de fondo de nuestra vida. Vivimos de esta certeza que es más fuerte que un simple sentimiento. El sentimiento puede ayudarnos, pero va y viene. La verdad honda PERMANECE!.

Vivir de fe es vivir un camino de conocimiento de Alguien Presente, realmente. Todo nuestro día es un camino de reconocimiento…de búsqueda de un Rostro vivo que jamás nos deja y que se halla a través de todo, TODO! Como dice el Salmo : “Todo nos habla de Ti, Señor”.

Reconocerlo en la liturgia, en el Sagrario, en la oración, en el silencio, en cada hermana, en la vida fraterna, en los momentos de oscuridad, en cada circunstancia …La vida se transforma en su Presencia. Y así todo se transfigura en El, todo es Cristo. Recorremos las horas deseándolo, esperándolo, amándolo, preguntándole todo, así vivimos todo con una intensidad que crece conforme nos encontramos con El.

La vida contemplativa presta atención particularmente a estas palabras de Jesús: “Velad y orad”. Velad, es decir “no os durmáis, estad despiertas a mi Presencia, vigilantes”. Donde el mundo no ve nada, nuestros ojos deben aprender a ver más allá…ver y despertar al Rostro de Cristo que siempre está vivo y actuante. Por eso nuestra profunda alegría nace no de un sentimiento, sino de una certeza: ¡EL ESTÁ! Y si El está, ¡no necesitamos nada más para ser felices!

Las contemplativas tienen como vocación especial en la Iglesia la celebración de la Liturgia.

 “¿Qué es la liturgia sino la voz unísona del Espíritu Santo y la Esposa, la santa Iglesia, que claman al Señor Jesús: `Ven’? ¿Qué es la liturgia sino la fuente pura y perenne de ‘agua viva’ a la que todos los que tienen sed pueden acudir para recibir gratuitamente el don de Dios? La liturgia es el lugar principal del encuentro entre Dios y los hombres, de Cristo con su Iglesia”

Las hermanas entran plenamente en el espíritu del ciclo litúrgico del año, contemplando a Cristo en la sucesión de los misterios de su Vida, de los cuales la Pascua es el acto culminante. En el esplendor y sencillez de la liturgia la comunidad manifiesta su fe, esperanza y amor a Dios y a los hermanos.

“La Liturgia es el ejercicio del Oficio Sacerdotal de Cristo, por medio de signos sensibles, que realizan de una manera propia la santificación del hombre”.

LA SANTA MISA

Según san Francisco de Sales, la Misa es “el centro de la religión cristiana, corazón de la devoción, alma de la piedad, misterio inefable que comprende el abismo de la caridad divina, por el cual Dios, entregándose realmente a nosotros, nos comunica magníficamente sus gracias y favores”. “Los coros de la iglesia triunfante y los de la iglesia militante, vienen a asociarse y unirse a nuestro Señor en esta divina acción, para con El, en El y por El arrebatar el Corazón de Dios Padre y hacer nuestra su misericordia”.

La Eucaristía es la Fuente que las hace vivir de Cristo. En este Misterio de unidad, realizan su deseo de salvar el mundo entero con Cristo. Las hermanas profundizan su fe en la Eucaristía por el estudio y la meditación. Procuran una preparación próxima de su participación al santo Sacrificio por una lectura meditada de la Palabra que va a ser proclamada.

LITURGIA DE LAS HORAS

La Liturgia de las Horas o el Oficio Divino es la prolongación a lo largo del día de la oración sacerdotal de Cristo. Hay un HIMNO ETERNO que se canta en el Cielo desde siempre. El Verbo al tomar nuestra naturaleza humana, introduce este HIMNO, su propio Cántico al Padre en la tierra…y ese Cántico, esa Voz comienza a sentirse en el mundo…y no puede interrumpirse ya más…porque después de que acabe el mundo, ese Cántico prosigue en la Gloria!

Ese Cántico que es de Cristo es confiado a la Iglesia, en eso consiste el Oficio Divino. Ahora se realiza con signos pobres y humildes pero que encierran una realidad infinita. El Cristo total sigue alabando en la Iglesia… esta función, esta misión es confiada a todo bautizado pero mucho más, y específicamente a las monjas.

“Señor: abre mis labios: y mi boca proclamará tu alabanza”.

“Señor: abre mis labios para que a través de mí, siga escuchándose esa Voz, ese Himno que sos Vos mismo, en mí, que glorifica a tu Padre y salva al mundo”. Cristo ora en nosotras y por nosotras. Y así se realiza la Epifanía de lo Divino. Toma palabras humanas para hablar y alabar a su Padre y lo hace a través de nuestras voces.

Esta es nuestra vocación específica como contemplativas celebrar de la Liturgia de las Horas cantada. Esta oración expresa la adoración , la alabanza, la acción de gracias, la súplica de todos los hombres. Suscitada, sostenida y animada por el Espíritu, la liturgia es un medio privilegiado para proseguir la obra de la salvación del mundo en solidaridad con todos.

El breviario…es nuestra herramienta de trabajo. Es el libro que cinco veces al día tomamos en la manos…para que Cristo siga derramando su Vida, su amor, la salud, la luz, el consuelo, la paz a todos los hombres.

CANTOS LITÚRGICOS DE LAS HERMANAS DE LA VISITACIÓN:
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Adoro te devote

Ave Verum

Cibavit eos (Introito de Corpus Christi)

Spiritus Domini (Introito de Pentecostés)

Ubi Caritas

Veni Sancte Spiritus (Secuencia de Pentecostés)

Victimae Paschali

Salve Regina

Por la especial vocación que recibimos, sin merecimiento alguno, estamos llamadas a la vida contemplativa: La oración está en el centro de nuestra existencia. Nuestra unión íntima con Dios, nuestra comunión de vida entre nosotras, la misteriosa pero real fecundidad apostólica dependen de la calidad de nuestra oración. El amor es nuestro único impulso: nos abre a la llamada de Dios que siempre se anticipa.

Nuestro deseo de Dios no se limita a las horas de oración ya establecidas….todo el día es escenario de un “encuentro de Tú a tú” con Cristo. Nuestra oración personal prepara y prolonga la oración litúrgica.

La una llama a la otra, ya que la vida de oración no se vive plenamente sino mediante esta doble expresión de fe y de amor. Hacer oración es mantenerse con gran sencillez en la Presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu, que permanecen en nosotros y en Quienes permanecemos.

“La oración no es otra cosa que una conversación por la cual el alma habla familiar y amorosamente con Dios de su amabilísima Bondad para unirse y juntarse con Ella” - Nuestro Santo Padre Francisco de Sales

“La oración es un maná escondido que no es conocido ni apreciado sino por el que lo recibe, y al gustarlo se enciende el deseo de saborearlo cada vez más” - Nuestra Santa Madre Juana Francisca de Chantal.

“¡La voz de mi Amado! Ahí viene, saltando por las montañas, brincando por las colinas. Mi amado es como una gacela, como un ciervo joven. Ahí está: se detiene detrás de nuestro muro; mira por la ventana, espía por el enrejado. Habla mi Amado y me dice: “Levántate, amada mía, y ven, hermosa mía! Porque ya pasó el invierno, cesaron y se fueron las lluvias. Aparecieron las flores sobre la tierra, llegó el tiempo de las canciones, y se oye en nuestra tierra el arrullo de la tórtola. La higuera dio sus primero frutos, y las viñas en flor exhalan su perfume. Levántate, amada mía y ven, hermosa mía, Paloma mía que anidas en las grietas de las rocas, en lugares escarpados. Muéstrame tu rostro, déjame oír tu voz, porque tu voz es suave y es hermoso tu semblante.” (Cantar 2,8-14) ¡Me has robado el corazón, hermana mía, novia mía! Me has robado el corazón con una sola de tus miradas, con una sola vuelta de tus collares! (Cantar 4,9)

“Que este pequeño Instituto de la Visitación sea como un pobre palomar de inocentes palomas cuyo cuidado y empleo se meditar la ley del Señor, sin hacerse ver ni oír en el mundo; que permanezcan ocultas en los agujeros de la peña y en las grietas de la rosa, para dar a su muy amado, en vida y en muerte, con su suave y humilde gemido, pruebas del dolor y del amor de sus corazones.” - (San Francisco de Sales)

La vida contemplativa es un servicio de amor a la Iglesia. Recibimos una mirada de Cristo, tan fuerte, tan honda, que abre una “herida en el corazón”; se enciende un deseo ardiente de “pertenecerle por completo”, de unirnos con Cristo totalmente, absolutamente, de forma definitiva y a tiempo completo. Y esa mirada hace que se abandone todo, se deje todo por un gran Tesoro que percibimos como lo único: Cristo.

Esa mirada nos apremia en una búsqueda gozosa y acuciante de ese Rostro, de esos Ojos por los que nos “sabemos” misteriosamente elegidas. Por El se deja todo lo demás, todo aquello que impida esta comunión…todo pasa a un segundo plano en importancia. Quedamos totalmente flechadas por Cristo dejándonos aferrar por su inmenso amor, amor que plenifica toda la vida . Por eso, a todo Monasterio se lo compara con un oasis en el que con la oración, la meditación y la contemplación… sumergidas en esa Presencia Viva de Cristo que lo llena todo y que lo colma todo…se producen “excavaciones” incesantes , se hace “pozo profundo” dentro del alma, en donde tomar el Agua viva para nuestra sed más profunda…y la sed de la humanidad.

“El monje dejándolo todo, por así decirlo, se arriesga, se expone a la soledad y al silencio para vivir sólo de lo esencial, y precisamente viviendo de lo esencial encuentra también una profunda comunión con los hermanos, con cada hombre, con todo hombre.” Tal es la belleza de esta vocación en la Iglesia, dar tiempo a Dios de actuar con su Espíritu y a la propia humanidad de formarse, de crecer según la “medida de la madurez de Cristo”, en ese particular estado de vida. A veces, a los ojos del mundo, parece imposible permanecer durante toda la vida en un monasterio, pero en realidad toda una vida apenas es suficiente para entrar en esta unión con Cristo, en esa Realidad esencial y profunda que es su Persona, y su Misterio.” - Benedicto XVI

Y así estamos en el Corazón de la Iglesia, y hacemos correr por nuestras venas la sangre pura de la contemplación y del amor de Dios. Aprendemos en esta Escuela, a ver cómo ve Dios, a percibir la vida en su “sustancia” como lo hace El. La vida no es algo que pasa, pasa, pasa… sino que es Alguien que viene a mí, que me sale al encuentro a cada paso, en cada circunstancia…Alguien que se me da en todo. Y nosotros acogemos esa Vida que es Cristo en todo. Nada queda afuera…todo es vivido porque todo es revelación de un Misterio Infinito.

Una vida ordenada a la contemplación exige silencio y recogimiento. De la calidad de este silencio depende para la comunidad, la existencia de un clima favorable al fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, bondad, benevolencia, fe dulzura, dominio de sí.

El silencio de palabra y de acción y más aún el silencio interior, implica una ascesis paciente, pero esto procede de una necesidad del alma cuya exigencia va a la par con el progreso de la vida espiritual. El verdadero silencio interior no es vacÍo, sino es Presencia activa del Dios vivo. Silencio de comunión.

Convencidas de su valor las hermanas van aprendiendo poco a poco a hablar cuando y como conviene y siempre con discernimiento , verdad y bondad.

Como la Virgen María conservaba todas estas cosas en su corazón, las hermanas aprenden a acoger en lo hondo del suyo las llamadas de la gracia que les llegan por los acontecimientos y ocasiones diarias.

Después de la oración de la mañana mantenemos el silencio durante todo el dia “rumiando” esa palabra que el mismo Señor nos susurró al corazón…Esta luz que nos fue dada… nos sostiene “como un hilo conductor” en su Presencia Viva…alimentando nuestra interioridad hasta la oración de la tarde….Así se da el crecimiento del alma en esta experiencia vital de la unión con Cristo.

Así, el silencio lejos de ser una mortificación, se convierte en un anhelo ardiente del alma…necesitamos dialogar con Aquel que nos Ama…así como el pulmón necesita del aire!...Sólo en el silencio el alma se abre a la inmensidad, al infinito horizonte de la Palabra escuchada, acogida , acunada... y hecha vida

La vocación y la misión de la monja de clausura es ser SIGNO DE LA UNIÓN EXCLUSIVA DE LA IGLESIA ESPOSA con CRISTO su SEÑOR. La Iglesia es Esposa de Cristo y cada alma es Esposa de Cristo. Cristo desde su Encarnación tiene unión esponsal con cada alma, con cada hijo, unión de alianza. La monja contemplativa está llamada a RECORDAR al mundo ESTA UNIÓN EXCLUSIVA, TOTAL, TOTALIZANTE Y ABSOLUTA. Para esto, deja TODO de manera definitiva, y así, viviendo en una entrega total y radical, todo su SER Y TODO LO SUYO se convierte en un continuo y renovado Sí a Cristo, manteniendo su corazón abierto de par en par para escuchar y vivir de la voz de su Esposo.

La Iglesia es también el Cuerpo de Cristo. Cristo es la Cabeza y cada miembro interactúa conjuntamente para un funcionamiento armónico de todo el Cuerpo. La vida contemplativa es el Corazón de este Cuerpo, parte vital , pero oculta, como lo es el corazón en el cuerpo. Vivimos en la fuente misma de donde sale el AGUA VIVA de la fe, de la gracia, de la vida, de la luz, de la verdad, de toda bendición. La vida contemplativa, como corazón del cuerpo místico, envía a todos los miembros esa fuerza y vida que el cuerpo necesita…y esto de manera ininterrumpida. El corazón jamás debe dejar de latir. Tal es nuestra misión.

La salvación, la luz, la gracia, el amor, la bendición…no salen de nosotras, no lo producimos nosotras. Esto viene de Cristo Vivo y Resucitado que lo regala al mundo a través de nuestra incondicional disponibilidad. Por eso, es capital tener un corazón totalmente para Dios, para que El pueda darse nuevamente a la humanidad..

¿Y LAS REJAS?

Las rejas simbolizan a las “costillas” que en el cuerpo resguardan, cuidan el corazón. Custodian y protegen algo sagrado e insustituible. “El corazón debe seguir latiendo siempre”. Las rejas nos recuerdan que dentro del claustro hay un maravilloso Tesoro, un fascinante Misterio que hay que cuidar para vivirlo cada vez con más conciencia. Hay una realidad sagrada, valiosísima indispensable e irremplazable…

La monja de clausura con su radicalidad y despojo absoluto es una llamada de atención, es un remitente de algo, nos recuerda la unión que todos ,todos los bautizados debemos tener con Cristo!.

Es un mensaje silencioso, oculto, pero real y potente. “Tarde o temprano el corazón del hombre debe unirse a su Dueño”, es decir, llegar a su fin: todo hombre fue creado para llegar a la unión con Dios en el amor.

Una vida dedicada a la contemplación requiere por su misma esencia: retiro, silencio y recogimiento. Estas son las condiciones propicias para favorecer un clima de oración. Este estilo de vida se inspira en el ejemplo de Jesús, que se retiraba a hacer oración en soledad. Antes de elegir a sus apóstoles, nos dice el Evangelio: “Pasó toda la noche en oración y llamó a los que quiso para que estuvieran con El”

Dios habla en el silencio, pero es necesario saber escuchar… y para saber hay que hacer un camino de aprendizaje.La intimidad con Cristo es una escuela en donde El mismo nos educa y nos enseña a mirar toda la realidad con sus mismos ojos. Con El aprendemos poco a poco a escuchar, ver, percibir la vida a su manera y por eso el fruto de esta experiencia no puede ser otro que el gozo.

Vivimos de cara a la profunda nostalgia que tiene nuestro corazón: la de amar y ser amadas en profundidad, por Aquel cuya mirada un día nos fascinó, dejándonos acrisolar por la llama purificadora de esos Ojos divinos. Este camino de purificación y transformación del corazón y de la mirada lo emprendemos apoyadas totalmente en la ayuda del Corazón de Jesús, que es quien comienza la obra, la continúa y la lleva a plenitud. Nos orientamos a la búsqueda del Rostro de Dios y por eso renunciamos a las múltiples formas de comunicación para desarrollar al máximo la comunión con el Señor y con nuestros hermanos. Nuestra presencia discreta, oculta, pero vital, nuestro testimonio silencioso, quiere recordarle al mundo una verdad esencial:

Dios está vivo y nos ama.